A unos 200 metros del bucólico complejo de Roland Garros, en la Rue du Château, descansa un pequeño club de tenis ajardinado que desde hace una semana se ha transformado en el cuartel general diario de Garbiñe Muguruza. Allí se respira paz y quietud, nada que ver con el bullicio y las masas de gente que predominan en las pistas de entrenamiento localizadas en el interior el torneo. Entre cestos de flores y el sonido de los pajarillos se podía escuchar ayer el grito quebrado de la número tres del mundo cada vez que trazaba un golpe.
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