Marco Trungelliti era, hasta ayer, un tenista anónimo. 28 años, 190 del mundo y sin título alguno en su expediente. Argentino, nació en Santiago del Estero, una provincia del norte en la que es frecuente la actividad sísmica y se localizan extensos salares. Ahora reside y se entrena en Barcelona, y su nombre sacudió este lunes el Bois de Boulogne, porque irrumpió desde la nada para protagonizar una de esas hermosas historias que regalan de vez en cuando los Grand Slams.
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