Cuenta un amigo de Eusebio di Francesco que, tras eliminar al Barça en los cuartos de final de la Champions con una remontada histórica (4-1 y 3-0), el hombre se dejó arrastrar por un súbito sentimiento de superstición. Hasta entonces un dogmático del 4-3-3, viró al 3-5-2 para frenar a Messi y el resultado le justificó. Sin apenas ensayar. En dos días interrumpió la trayectoria de seis años de desarrollo que le había convertido en una referencia en Italia en la aplicación del modelo que mejor conecta con la modernidad. Seguro de su reputación y de la encomienda que le hacían, cuando el verano pasado dejó el Sassuolo y se presentó en Trigoria, llegó a decir que para él, el 4-3-3 era innegociable. Si la necesidad de remontar al Barça le empujó a la excepción, el éxito inesperado lo aferró a una idea mágica. El pase no fue consecuencia de los balones que colgaron sus carrileros, pero Di Francesco quiso creer que si trasladaba esta ocurrencia a Anfield gozaría de la misma ventaja. El desastre que se produjo en la ida sirvió de experimento. Desengañó a Di Francesco y expuso el punto más vulnerable del Liverpool. Si el equipo de Jürgen Klopp pasó a la final de la Champions fue, en buena medida, por un malentendido.
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