En lo que va de siglo, cada verano por estas fechas el deporte español tiene una cita, además de con la gloria, con la decencia. Ocurre cuando la selección de baloncesto salta a la cancha. Y no solo por los triunfos que acumula, que son un escándalo, cierto, pero en ese terreno deportes como el fútbol sala están por delante. Y no digamos el hockey sobre patines. No es una cuestión de comparar, tan aficionados como somos al y tú más. Lo trascendente de la cuestión es que hay un grupo de muchachos que ininterrumpidamente, verano tras verano, nos enseñan todos los valores que debe tener eso que llamamos deporte. Desde que un 15 de agosto de hace 16 años Pau Gasol debutara con la selección absoluta, los éxitos han convertido al baloncesto español en el más admirado del planeta, con y sin NBA. Es este un país en el que los medios de comunicación, todos en general, acostumbramos a expedir certificados de mito con alegre desenfado. Reciben tan honorable distinción desde barbilampiños jóvenes que vuelan a lomos de una moto hasta rijosos y simpáticos futbolistas que llenan las muy admiradas redes sociales de chanzas y chirigotas tras haber logrado la proeza de, por ejemplo, marcar un gol. Así las cosas, en el imaginario colectivo de nuestro deporte no queda sitio para más héroes. A reventar está el gallinero. Conviene, pues, hacer un ejercicio riguroso y elevar en lo posible el listón. Subámoslo entonces, arriba, más arriba, más todavía, que llegará el momento en que ahí solo encontremos a Rafa Nadal y a Pau Gasol. Porque de leyendas hablamos, ¿no?
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