Uno de quienes estuvieron allí cuenta que la víspera de la votación, el presidente de la Federación Internacional de Atletismo, Lamine Diack, reunió en una cena a los miembros del congreso que, reunidos en Pekín durante el Mundial de agosto, debían elegir a sus sucesor y les conminó a que votaran a uno de los candidatos, el ucranio Serguéi Bubka, uno de sus vicepresidentes largos años, en perjuicio del otro, el noble inglés Sebastian Coe, también vicepresidente del organismo. Creía el vejo Diack que el pertiguista Bubka le protegería y ayudaría cuando la investigación de la Interpol sobre sus actividades presuntamente corruptas derivara en un proceso judicial penal. Ganó la votación por poco lord Coe, a quien el presidente saliente temía, y los hechos acaecidos entre octubre y noviembre –la imputación de Diack, acusado de cobrar sobornos por tapar positivos, el escándalo del dopaje de Estado en el atletismo ruso con su connivencia destapado por el informe Pound—parecen haber dado la razón al miedo.
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