Desde la pretemporada hasta hace poco más de un mes, el Barça sufría unos escalofríos terribles en defensa. Se mantenía la presión alta en campo ajeno, pero las líneas estaban demasiado separadas y los rivales entraban en el área rival como Pedro por su casa, remataban todo balón aéreo y optimizaban cualquier jugada para meter un gol. Ter Stegen no resolvía los entuertos con los guantes, la zaga se desconectaba, la media se perdía en la transición ataque-defensa y todo era un guirigay que ponía en entredicho a un equipo campeón –conquistó los tres títulos en el curso anterior- que reclamaba el perdón del veto de la FIFA para incorporar al menos a uno de sus fichajes ante la rotura de la rodilla de Rafinha.Las lesiones, en cualquier caso, se reproducían con frecuencia, la carga de minutos era exagerada para unos cuantos y el fútbol era espeso. Pero se daban los resultados por la calidad de unos delanteros que descomponen al más pintado.
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