Los bramidos disconformes de la grada eran persistentes, los aspavientos del técnico Sergio González no cesaban y al Espanyol, afectado por un repentino ataque de amnesia porque se le olvidó jugar al fútbol, le premió la divina providencia en el último segundo del encuentro. Fue en un centro de Duarte que cabeceó picado Asensio y que el portero Andrés escupió con ayuda del larguero. Pero el mismo Asensio recogió el rechazo y puso el interior del pie para conectar un centro-chut que Caicedo taconeó a gol. Era el empate sobre la bocina, un regalo demasiado generoso para el Espanyol y un martirio para el Granada, que ya en el pasado duelo ante el Sporting vio cómo se le escapaba el triunfo en los instantes finales, culpa de dos goles sobre la bocina. No es que el juego del Granada hubiese sido para tirar cohetes, pero sí para vencer en el partido de tenis de la central del Power8 Stadium –por los pelotazos bidireccionales- o más bien la nana de cuna, por lo aburrido.
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