Pasada Cortina d’Ampezzo, el pelotón regresa al valle del Cadore entre las montañas pálidas, el gris claro del granito de los Dolomitas y su nieve que no quiere irse, y desde las Tres Cimas de Lavaredo (y de Eddy Merckx) sopla una brisa tenue que llega con la lluvia suave e inspira a Yates, le lleva el recuerdo de los grandes del ciclismo a su bicicleta, a su modo único de atacar en montaña, como el pistard que es, sin que la rueda trasera se bambolee de un lado a otro, las manos bajas en el manillar, el culo suspendido sobre el sillín. Solo.
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