Un poco más de fe, la entrada de Roque Mesa y Sandro y el adelantamiento en el campo de N’Zonzi y Banega fueron las novedades futbolísticas que Joaquín Caparrós desarrolló en el banquillo del Sevilla 13 años después de su marcha. Más allá de su discurso, este enfermo que es el conjunto andaluz necesitaba medidas para aumentar su rendimiento después de una negativa racha de nueve encuentros sin ganar. Y la medicina más importante llegó en forma de victoria. Un triunfo angustioso, que llegó de penalti y que vino acompañado de un enorme sufrimiento. Tres puntos que el Sevilla logró con cierto aire antiguo, el que desprendía Caparrós desde la banda con sus movimientos, con una pelea final entre jugadores de ambos bandos y un enorme nerviosismo en las gradas del estadio sevillista. La victoria debe asentar los ánimos del conjunto andaluz y, de paso, le mantiene en la pelea por la séptima plaza, el único aliciente competitivo que queda en esta Liga. El pitido final sonó a liberación para un grupo de jugadores demasiado presionado. Nada como los triunfos para liberar las mentes. Aunque sea tan sufrido, aunque se sigan haciendo algunas cosas mal, pero con mucha pasión y sentimiento, al más puro estilo de un técnico que apeló a la fibra sensible de su afición y sus jugadores. Fue el estilo Caparrós.
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