A principios del pasado invierno, Zidane pudo tener otro portero, otro nueve, incluso otro entrenador sentado en su sitio. Él mismo fue el otro de Benítez, que a esas mismas alturas del invierno circulaba con mejores números en la Liga y avistaba un rival más sencillo en la Champions: la Roma, en lugar del rutilante PSG. Pero escogió algo mucho más raro en el fútbol, y en particular en el Real Madrid: tiempo.
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