Murió dos veces. Pudo morir más y no murió nunca. Tampoco ante el Bayern de Múnich, que le agujereó en la ida y en la vuelta, sometió las bandas del Madrid a un castigo terrible y marcó a los tres minutos un gol en el Bernabéu que desató los fantasmas juventinos y congeló el estadio. Y sin embargo, con un equipo formidable que ha aprendido de tal forma a ganar sufriendo que no parece saber hacer otra cosa, el Madrid se sobrepuso al gol, se sobrepuso a la presión y se sobrepuso a su muerte telegrafiada y a sus mejores vengadores, encarnados en el entrenador del Bayern: el hombre que devolvió al mando de un equipo la gloria después de 32 años. Pero el Madrid no tiene memoria.
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