Dos imprudencias condenaron al Rayo y levantaron a un Madrid que estaba en la lona. La primera temeridad la cometió Tito, que pasó la línea roja en una entrada a Kroos antes del cuarto de hora. La segunda precipitación fue cosa de un árbitro, Ignacio Iglesias Villanueva, que impuso una condena desmesurada al Rayo antes de los 30 minutos. Ya estaban los de la barriada con 10 cuando el juez puso la lupa en el área y vio lo que quiso ver en la selva habitual: un enganchón de Baena a Ramos tan elocuente como el de Benzema a Nacho en la misma jugada; tan punible como los miles que hay en cada partido. El exagerado celo arbitral dejó al Rayo con nueve, una hora por delante y un penalti en contra para la remontada local. Antes, en el arranque, el Madrid había pasado un sofocón tremendo, con los de Jémez al mando, en el césped y en el marcador. Luego, entre Tito y el del silbato ya no hubo partido, solo un duelo desenfocado, un desgraciado escarnio para los visitantes. Fuegos de artificio, una goleada de saldo de la que ni el madridismo más oportunista podrá sacar conclusiones.
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