El mazazo fue tan grande, tan monumental e inesperado, tan tremendo, que aún hoy perduran las secuelas. Todo abocaba a un triunfo en Nueva York, a una fiesta en casa, a otro agasajo entre confeti, aplausos y el posado de rigor; todo parecía diseñado para que la reina alcanzase una barrera histórica, los 22 grandes de la alemana Steffi Graf, y de paso sortease otra, más trascendental si cabe: convertirse en la cuarta mujer que redondease el Grand Slam, los cuatro grandes títulos de la temporada. Todo apuntaba a... Pero no. Nada. Se truncó la fiesta. Apareció de repente Roberta Vinci, de 32 años, una italiana que hasta hace un mes había desfilado por el circuito sin mayor gloria que un título de dobles, y el sueño de Serena Williams se esfumó.
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