Suele ocurrir que en todos los equipos hay un patito feo, un futbolista que suscita críticas y censuras por encima de los demás. A Pablo Hernández le pasa algo de eso en el Celta, donde en ocasiones chirría su rol, el de futbolista espigado y proclive a la pausa en medio de una prole de frenéticos bajitos. Para colmo le trajo Berizzo desde su club de procedencia. En definitiva: es un sospechoso habitual que en Anoeta se ganó la absolución gracias a un golazo que le dio los tres puntos a su equipo en los instantes finales del partido, un varapalo para la Real Sociedad, que ni a la quinta ganó en su feudo y que se fue entre reproches a su entrenador. David Moyes se queda en el alambre.
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