Los partidos del Barça han dejado de ser un ejercicio de supervivencia para convertirse en una sesión de aburrimiento en el Camp Nou. A falta de interiores, el único futbolista es Busquets y no queda más remedio que encomendarse a los arrebatos de Neymar y a los goles de Luis Suárez, suficientes para tumbar a contrarios como el Eibar, el Rayo o el Bayer Leverkusen. La sociedad que forman el brasileño y el uruguayo sostiene a los azulgrana en la cabeza de la Liga con el Madrid. No fluye el fútbol, el juego se enreda, interviene para mal el árbitro, capaz de cualquier disparate, y se impone aguardar a que la pelota llegue de vez en cuando a Neymar para que habilite a Luis Suárez.
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