Laureano Ruiz (Cantabria, 1937) se enamoró del fútbol cuando en 1946 vio a unos tipos vestidos de azulgrana que hacían milagros con la pelota y respondían al nombre de San Lorenzo de Almagro. Años más tarde, en la década de los cincuenta, surgió una especie de álter ego del cuadro argentino: los Magníficos Magiares, nombre con los que se conocía a la Hungría de Puskas. Laureano ya no dudó más: le gustaba ese fútbol. “Cuando yo era jugador, en España se hablaba de la furia, predominaba el estilo inglés, hoy llamado juego directo. No era otra cosa que el patadón largo y a correr. Pero a mí me gustaba otra cosa: los jugadores de San Lorenzo no hacían goles, daban pases a la red; y a la Hungría del 50 no había manera de quitarle el balón. Eso era lo que yo buscaba como entrenador”, recuerda Laureano.
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