Mientras las calles de medio mundo se engalanan con banderas arcoíris para reivindicar los derechos del colectivo LGTB, el mundo del fútbol sigue marcando unas distancias preocupantes con cualquier movimiento social que se manifieste en favor de las libertades sexoafectivas, como si en alguna de las 17 normas que rigen el juego se advirtiera que, sobre tales cuestiones, no hay nada que decir o celebrar. Bien es cierto que en los últimos tiempos se han dado pequeños pasos en la dirección correcta pero al ritmo que avanza la normalización en otros ámbitos de la sociedad, debemos concluir que el fútbol se está quedando alarmantemente rezagado.
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