La deslealtad es un acto reprobable que, en no pocas ocasiones, ha encontrado en el mundo del fútbol un entorno favorable. Lo hemos visto con anterioridad, cuando desde los propios clubes y algunos entornos mediáticos se ha construido una realidad paralela para darle cabida, para normalizar situaciones impropias y mitigar, de algún modo, la posibilidad de que se pudiera llamar a las cosas por su nombre. Por eso resulta tan necesario el ejercicio de sinceridad y contundencia practicado este miércoles por Luis Enrique en su vuelta a la primera línea: no solo arroja luz sobre su divorcio deportivo y personal con Robert Moreno, también dinamita cualquier intento de promocionar un relato alternativo.
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